El problema de Bobelia,
El País de los culos y el Grupo PRISA es que, en lo literario, se dedican a crear equipos de baloncesto compuestos por enanos de medio metro. Luego, claro, el juego consiste en dejarse meter canastas. ¿Cómo ganar si no?
Ahora bajan un peldaño más, situando mentalidades cuadrúpedas a comentar obras de autores alados. Es el caso de
Rosa Montero, alpinista de La montaña mágica, que nos muestra su inteligencia en lo que a lectura se refiere:
Leyendo «a estas alturas de mi vida, podría haber confeccionado una pequeña pero apañada biblioteca compuesta por todos los fragmentos de libros que me fui saltando mientras leía», el lector piensa ¿es posible que esta presunta escritora se esté jactando de las páginas que no ha logrado leerse?, ¿igualito que un equipo de fútbol que presume de los que equipos contra los que no ha querido jugar?
«En toda novela sobran cosas» es una generalización absurda y tontícola.
Con «y, por lo general, cuanto más gordo es el libro, más páginas habría que tirar» nos descubre Rosita cómo ella piensa que, a más páginas, mayor relleno, sin caer en la cuenta de que bien puede ser a la inversa. ¿O es que cuanto más largas son sus nivolas, más relleno inútil mete? Puede ser, pero ello no le autoriza a generalizar.
Continúa: «esto es especialmente verdad respecto a los clásicos», ¡qué lista es Rosita!, ¡ella se quiere librar! ¡Y también a sus amiguitos! Pero el lector no la cree: es hoy en día cuando más relleno traen los libros. Rosita lo sabe muy bien y se defiende con esta puerilidad. ¡Que no cuela, mujer! ¡Qué se te ve el plumero por ponértelo de penacho!
Cuando el lector lee que a La montaña mágica «le sobran varias decenas», acude pronto al teléfono para dar parte al comité del Premio Nobel, para que se lo retiren rápido a Thomas Mann y se lo den a Rosita Montero.
Rosita nos va explicando cual es su problema: «Dentro del libro hay una parte que podríamos calificar de novela de ideas». ¡Haber empezado por ahí! Lo que había que hacer era cambiar estas malvadas ideas, que hacen pensar, por gilipuerteces fáciles de leer y que no molesten a los catetos.
Sigue protestando: «grandes discursos que los autores meten de contrabando». Rosita, bonita, ¿qué pelotas te crees que es lo que hacéis hoy tú, Javier Marías, Arturo Pérez Reverte y toda esa caterva con la que el Grupo PRISA nos está tocando los ovales?
Rosita culmina sus enseñanzas con: «hay que leer La montaña mágica y saltarse sin complejo de culpa todas las páginas que te parezcan muertas. O ignorar las tediosas novelitas pastoriles de la primera parte del Quijote. O pasar a toda prisa las aburridas y meticulosas descripciones de ballenas que incluye Moby Dick».
Resulta bastante patético y tontiprogre que Rosita Montero haya caído tan bajo como para recomendar a los lectores saltarse cualquier página que les ofrezca una mínima dificultad, acto que sólo un cateto cometería. Seguro que piensa que leerse un libro al completo es de fundamentalistas de la cultura.
No es más que un nuevo paso en la apología de la subnormalidad que los escritores progres llevan a cabo para educar ciudadanos lo más tontos posible. Probablemente saben lo que sucede cuando estos ciudadanos se culturizan: que dejan de ser clientes suyos.
Imagine el navegante a Rosa Montero tomando parte en una carrera de Formula 1 y atravesando continuamente la pista por la mitad para coger un atajo. A continuación se baja tras la línea de meta, se quita el casco y da saltos de alegría:
-¡He ganado! ¡He ganado! ¡Soy más rápida que el rayo!
Es entonces cuando es atropellada en veinte ocasiones, y sin tocar el suelo, por quienes sí están participando en la carrera.