lunes, 21 de junio de 2010

Una perla para Arturo Pérez Reverte y otra para Carlos Ruiz Zafón.

Un post sobre Arturo Pérez Reverte:

«Señor Reverte: [...] Me gustó su charla y me creí todo, hasta que explicó, con esa postura prepotente que tiene y que yo achacaba a un trastorno post traumático debido a las guerras, que podía distinguir perfectamente el calibre de los morteros cuando silbaban sobre su cabeza, volando camino del centro de la ciudad asediada de Sarajevo. Ahí fue cuando cayó de bruces de mi particular pedestal.
Señor Reverte, la característica principal de los proyectiles de mortero es precisamente que, por sus aletas estabilizadoras, son absolutamente silenciosos en su vuelo, lo que los hizo especialmente mortíferos en aquella terrible matanza en el mercado de Sarajevo. Me di cuenta en aquel momento de que confundía morteros de infantería con obuses de artillería que sí silban en el aire.»

Y unos apuntes sobre La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón:

«Una fraseología delirante... la madre del mariquita, don Federico, octogenaria, sorda y conocida como la Pepita era famosa por soltar unas ventosidades huracanadas que hacían caer aturdidos a los gorriones de su balcón, p. 185. Esta tampoco es mala: Sanmartí seguía espolvoreándome con sus insinuaciones, siempre prendidas de esa sonrisa aceitosa y gangrenada de desprecio que caracteriza a los eunucos prepotentes que penden como morcillas tumefactas de los altos escalafones de toda empresa. p. 518
[...]
Los caramelos SUGUS, la RENFE, RNE..., frasco de Fruco... ¿en los 40?
[...]
Daniel y su padre dan la sensación de ser unos pobretones, frente a Fermín, que depende de ellos y parece, sin embargo, dando propinas, el rey Midas..., 380-381.
[...]
El primer puñetazo bastó para derribarle de un plumazo, p. 338.
[...]
Es curioso que los libros de Carax apenas se conocen, apenas son leídos –se imprimían y eran guardados- y, sin embargo, cuando Barceló comunica que hay un ejemplar de La Sombra del Viento, hay libreros de Berlín, París y Roma para adquirir el libro. P. 524.»

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